jueves, 17 de septiembre de 2020

Relato de un sueño.

 Un hombre murió.

No se sabe la forma, pero si la razón. Su deceso, fué suscitado, por sus más hondos enemigos. Críticos de su afán de crear mejoría para los demás, a fin de no dejarse mejoría sólo en si mismo. Dicho sea de paso, que aquel hombre no pedía oro ni moneda alguna, sino más bien la grande fortuna de ser bien entendido por su oyente.

Días pasó enseñando las andanzas de vida, que al pasar de los años se le fueran otorgadas. Hasta que un día sin más, se encontró con un hombre de nombre Constancio. 

Constancio era avaro, inmundo en el mundo, aún teniendo abundancia vivía como el peor de los mendigos.


- Constancio, ¿a dónde vas con esas fachas? ¿No ves qué tu apariencia denota el cansancio de tu ser, de poseer inmensos tesoros y protegerlos más que a tu vida?


- Si mi dinero es lo que quieres lárgate de mi vista, antes prefiero morir que ser pobre de nuevo.


- Constancio, yo no quiero tu dinero, pero si debo decirte que ahora eres más pobre que antes de tener riquezas.


- ¿cómo osas decir que soy pobre? ¿A caso no has reconocido antes mi riqueza?


- En absoluto. - contestó de tajo el hombre. - estoy reconociendo tu miseria, porque aún poseyendo oro, de familia nada te queda, aún teniendo comida, estás flaco y desnutrido y pudiendo comprar las mejores ropas, andas arapiento como mendigo.


- Cállate mendigo, te daré doscientas monedas para que te vallas y me dejes en paz. 


- Antes te é dicho que no deseo tu dinero. Sólo buscaba tu entendimiento.

Déjalo todo Constancio, tu hijo padece hambre, y la mujer que algún día fuera tu esposa, trabaja del ofició de prostituta para mantener a tu hijo y a ella misma. ¿a casó has perdido ya tu humanidad, por el oro?


Constancio permaneció callado, tantas verdades le atacaron en lo profundo de su ser, más sin embargo, no tomó a bien las palabras del sabio, el cuál había sido enviado a hablar con él por la ex mujer de Constancio, la cuál aún lo amaba a pesar del sufrimiento que le había hecho vivir.


Constancio entonces, lleno de irá hacia aquél hombre sabio, le mando matar.

No tardó pues en encontrar alguien que le odiara lo suficientemente para matarle por un precio bajo.


Un domingo por la tarde, el cuerpo del sabio fue encontrado sin vida en un llano.


Aquel hombre entonces, entró al reino de los muertos con júbilo, más no fue bien recibido, pues su hora se había anticipado. El sabio de nombre Dante, vagó entre los muertos, hablando con ellos y aprendiendo más y más de la vida, aunque curiosamente y de forma contradictoria, estando ya en la muerte.


Un día un hombre de aspecto repugnante y con olor a orina y eses, al cuál le faltaban las piernas y los brazos, y que tenía poco de llegado al limbo de los muertos, pidió hablar con Dante el sabio.

Dante acudió a él tan pronto le fue informada la petición del muerto recién llegado.


Al llegar Dante ante el hombre, el nauseabundo olor que desprendía le hizo querer vomitar, pues hasta en el mundo de los muertos, era repugnante el Fétido aroma.


- Eres Dante, no hay duda. - dijo el hombre con voz ronca y áspera.


- ¿puedes verme? - Preguntó Dante extrañado al ver que aquel hombre estaba cegado, pues sus cuencas oculares estaban vacías.


- Puedo sentir que eres tú en lo poco que me queda de humano, viejo amigo.


Dante se quedó callado, y el hombre prosiguió su charla.


- sé que ahora no me reconoces, pero yo fui un hombre de mucho poder y riqueza en vida, pero ahora, no tengo nada en muerte. Me arranqué las piernas, con el cojín de oro que no quise soltar para entrar al cielo, cojín que se encontraba en la silla donde estaba sentado en el juicio divino. Y ya en este mundo de los muertos, me comí mis brazos, por el hambre de riqueza que me persiguió hasta aquí. Un muerto ciego, me robó los ojos al estar sin piernas ni brazos, y ahora sólo queda nada de mí, me pudro donde no debería poder podrirme.


- ¡Constancio! - exclamó el sabio con sorpresa.


- Así es amigo. Ahora comprendo que de esto me querías salvar, no sólo morí en soledad, ahora me pudro en muerte.


- No es así amigo Constancio. Aquí tu decides.


Dante extendió sus manos, e incrustó los ojos de vuelta en las cuencas de Constancio.


- Un muerto, me los dio el otro día, gracias a mí se dio cuenta que aquí tenía sus propios ojos, pues pudo verte indefenso antes de robar los tuyos, sólo que al no ver en vida no sabía la apariencia de un humano exactamente.

Tus brazos, que te has comido, te han sido dados de nuevo por qué tu mente entendió que añorar riqueza da hambres insaciables, y tus piernas, permanecen incrustadas en aquél cojín de oro, anda por ellas a la sala del juicio, con gusto voy a llevarte, ya que hoy es mi día también.


Dante cargó a Constancio el cuál ya no olía a pudrición pues su alma había sido restaurada. Así ambos entraron en el mundo de los muertos, que ya les correspondía.


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